miércoles, 29 de octubre de 2008

HOMOSEXUALIDAD ¿NACE o SE HACE?

La homosexualidad intenta salir constantemente a flote. Acechada durante siglos por la intransigencia de las religiones y, casi crucificada por "conocimientos" de una ciencia antigua y polvorienta, vuelve a ser el centro de investigaciones.

Las reticencias frente a los resultados de cualquier estudio en la comunidad homo, así esté soportada por las metodologías más rigurosas, tienen su origen por el largo período que entidades como la Organización Mundial de la Salud (OMS) consideraron esa orientación sexual como una enfermedad.

Sin embargo, la ciencia ha demostrado frente a esta y otras cuestiones la capacidad de auto criticarse y evolucionar. Desde hace algún tiempo se encauzan estudios sobre el tan llevado y traído comportamiento, que genera pasiones encontradas y expresiones del más irracional escepticismo.

Especialistas de Suecia se armaron de los nuevos adelantos tecnológicos y perspectivas de ciencias con un desarrollo ascendente como la neurobiología y la neuroquímica, para analizar y comparar el cerebro de homos y heterosexuales.

Las neuroimágenes y todo el equipamiento que hace posible un retrato detallado de la actividad del órgano rector del organismo humano, propiciaron materiales para buscar similitudes y diferencias entre el cerebro de gays y mujeres heterosexuales; así como entre lesbianas y hombres que gustan del sexo opuesto.

MARCAS EN EL CEREBRO
Según una investigación publicada en la revista Proceedings of the Nacional Academy of Sciences, los varones gays y las mujeres hetero tienen en común algunas particularidades en la zona del cerebro relacionada con las emociones, el humor y la ansiedad. Por otra parte, las lesbianas y los hombres hetero presentaron asimetrías en la disposición de ese órgano.

En las tomografías cerebrales por emisión de positrones (PET) de 90 voluntarios, los especialistas encontraron que en los hombres heterosexuales y las mujeres homosexuales el hemisferio derecho era levemente más grande que el izquierdo, especificaron Ivanka Savic y Pers Lindstrom, miembros del equipo.

Además midieron el flujo sanguíneo a la amígdala, estructura cerebral determinante de las reacciones emocionales, y descubrieron que se conectaba de una forma similar en los gays y las mujeres heterosexuales, y de otra en las lesbianas y los varones heterosexuales.

"Estas observaciones no pueden atribuirse fácilmente a la percepción o a la conducta", explicaron los investigadores del Departamento de Neurociencias en el Instituto Karolinska, en Estocolmo. "Aún es una pregunta abierta si estarían relacionados con procesos que tienen lugar durante el desarrollo fetal o postnatal", agregaron, al referirse a esos rasgos cerebrales.

El estudio no pudo determinar si las diferencias en la forma del cerebro son hereditarias o se deben a la exposición a hormonas como la testosterona en el útero, ni si son responsables de la orientación de las personas.

Pero el equipo encauzará una nueva búsqueda mediante la observación de bebés recién nacidos, para ver si pueden predecir la inclinación sexual futura. La idea de que la homosexualidad tiene un componente biológico y otro cultural alcanza cada vez más espacio en la comunidad científica. Los estudios sociales de las minorías sexuales ostentan avances significativos, pero la biología de esta orientación sexual no ha corrido igual suerte. Hasta el momento no existen evidencias concluyentes de la preponderancia de factores genéticos o ambientales en el desarrollo de la sexología humana.

LA COMPLEJIDAD DEL YO
Cada ser humano es un surtidor de diversidad, y este principio adquiere dimensiones más complejas en el caso de quienes gustan del mismo sexo. Durante muchos años las minorías sexuales estuvieron marginadas, y sus particularidades, rodeadas de tabúes y preceptos, frutos del desconocimiento.

Ahora se reconocen un poco más las diferentes maneras de ser homosexual y se escuchan categorías de comportamientos disímiles como los travestis y transexuales. Pero el debate entre naturaleza y cultura sigue vigente con respecto a este sujeto. Para Sigmund Freud el trato que los padres les dan a sus hijos determinaba la orientación sexual futura de las personas. En 1996 se descubrió el comprobado "efecto del orden fraterno", que solo se manifiesta en los varones.

Este sugiere que las probabilidades de que un niño sea homosexual aumentan en proporción con el número de hermanos mayores que tenga. El canadiense Anthony Bogaert determinó en un estudio que el efecto solo es posible entre hermanos nacidos de la misma madre, por lo que queda abierta la duda si el factor preponderante es biológico o de crianza.
También se han buscado, infructuosamente, alteraciones químicas en los homosexuales y el hipotético gen del gusto por el sexo opuesto. Otro de los aspectos más investigados ha sido la frecuencia de la homosexualidad en la población general. Wellings en 1994 y Narring en el 2003, indican una cifra de entre un dos y un cuatro por ciento. En 1948, Kinsey propuso un 10 por ciento, pero a su investigación se le achacan errores metodológicos.

La posibilidad de cambiar la conducta homosexual ha estado en el punto de mira de investigadores, y hoy tiene su máximo exponente en el psicólogo holandés Gerard van den Aardweg, especialista en psicoterapia de la homosexualidad. Pero en un asunto tan delicado como la orientación sexual, el ánimo de la ciencia no debe ser cambiar o "corregir", sino propiciar pistas para comprender las causas de una diferencia y sensibilizar a la sociedad, en el respeto a los otros.